jueves, 4 de junio de 2020

No enloquecer es ganancia.


Pseudo regreso a la nueva pseudo normalidad en esta actualidad en donde el cubrebocas es la nueva cartulina y necesito motivación auditiva para iniciar mi dia

Después de todas las experiencias que he vivido en las últimas semanas no puedo dejar de ver mi vida desde otra perspectiva: desde la perspectiva pandémica. Es obvio que todo cambió tan repentinamente como para notarlo y sentir angustia e incertidumbre generalizada. Así es la naturaleza, así es la vida, las cosas no dejan de cambiar, todo cambia tarde o temprano y a veces tan lentamente que no nos damos cuenta, ese cambio cotidiano es paulatino, casi imperceptible y por lo mismo es manejable y fácilmente asimilable y nos tenía en un estado de normalidad… hasta que llegó el SARS-CoV-2.  


En medio de la incertidumbre y de la esperanza por qué ésto se termine, en un momento repentino de reflexión y análisis, pude por fin apreciar la situación desde el encierro y la precariedad económica para proyectar sus dimensiones, y desafortunadamente mis proyecciones no son optimistas. Si bien constantemente me cuestiono acerca de mi labor de utilidad en el mundo y la utilidad del mundo en mi vida, en estos momentos me desborda el sentimiento y no dejo de pensar en él, tal vez, funesto destino que nos espera.  

Ya había alcanzado un cierto grado de estabilidad emocional y me estaba habituando a nuevas rutinas después de mi divorcio, pero como la vida son esas cosas que uno no planea, esa estabilidad no ha durado y junto con la baja del monto de mis comisiones estoy en un estado de pobreza, incertidumbre, enojo, preocupación y mucha angustia. Lo que me preocupa es creo que no me preocupa como me debería preocupar. Supongo que debería estar más preocupada. Que no esté suficientemente preocupada es un indicador personal de que en cualquier momento estallará la verdadera preocupación y haré cosas de las cuales me arrepentiré con posteridad.



No puedo evitar pensar que si ésta fuera otra época en mi vida estaría tomando una posición estoica y de férrea determinación para salir adelante, pero la realidad es que a punto de cumplir 39 años ya no me place destinar mucha energía para enfrentar las situaciones complicadas. Digamos que en ésta cuarentena me cuestioné mucho acerca de dos temas: mi aportación al Producto Interno Bruto de éste país y mi nivel de felicidad. Al analizar llegué a la conclusión de que si dejo de trabajar para dedicarme a limpiar la casa, lavar la ropa y hacer de comer, la economía de mi país no me extrañará… el detalle es encontrar quien me quiera cubrir mis necesidades para que yo me dedique a ser una completa ama de casa, no sin antes desprenderme del trauma que me supone volverme la sirvienta de alguien más: el único obstáculo a superar para ser feliz en éste escenario.

Mi situación personal llegó a tal nivel de criticidad que estoy pensando en drásticos escenarios para el futuro porque soy nueva en ésto de las pandemias y desconozco el protocolo de actuación. Creo que de parte de la sociedad en general se debería valorar más el esfuerzo que cada uno de nosotros hacemos para no jalarnos el cabello, mordernos las uñas o salir a la calle a expresar comportamientos desesperados. Sin embargo hay que comprender que estamos en una crisis generalizada, que a todos nos está afectando ésta situación atípica y no todos están lo suficientemente adaptados ni son lo suficientemente sanos como para sobrellevar éste escenario. Yo me incluyo.



Me he percatado de que no soy la única que desconoce la etiqueta para sobrellevar éste evento de escala mundial. Hasta cierto punto me reconforta saber que hay gente que tampoco tiene experiencia con el manejo de la situación, y si el 2020 no era lo suficientemente creepy, ahora la sensación generalizada de incomodidad se encargará de encauzar a la humanidad por una senda de desequilibrio psicológico que nos llevará al acabose… pero no faltará el inadaptado que a huevo quiere hacer oídos sordos e imponer su voluntad

Y es que no es necesario ni salir para darse cuenta de que a dos meses de confinamiento el mundo ya cambió y sobrevivir requerirá nuevos retos y habilidades… estoy plenamente convencida de que ninguno de mis propósitos de cuarentena iba a ser útil para facilitarme la vida post- pandemia… a excepción del 6x7=42 que  me ayudó a darme cuenta que en los 43 centímetros de alacena me caben 6 frascos especieros, uno más es imposible. 

Estoy segura de que aunque el propósito no fue aprender en la cuarentena, hay cosas a las que nos habituamos por influencia del entorno, usar cubrebocas no es una de ellas. La nueva normalidad nos está conduciendo a modificar actitudes e incluso maneras de pensar: ahora las personas que me saludan entienden perfectamente que no es mi obligación inclinarme a darles beso y poco a poco desisten de la costumbre de acercarse a mí. Antes pensaban que era mamona y por eso me ponía mis moños para que no me toquen. Ahora pensarán que me protejo del virus y evitarán tocarme, aunque en la realidad sigo siendo una mamona que rehúye al contacto físico con las personas que no son exclusivas para mí. Como sea, me conviene que la gente no esté cerca mío porque que a veces la cercanía es tanta que hasta los puedo oler. Quienes me conocen saben que tengo una enfermiza fijación con mi capacidad olfativa.


Sospecho que el disgusto generalizado no es porque un virus potencialmente mortal anda suelto y la humanidad tenga miedo a la muerte. Sospecho que el disgusto generalizado se deriva de la incertidumbre de no poder ser dueños de nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestra vida y nuestro cuerpo. Los seres humanos somos tan curiosos que existimos especímenes capaces de dejarnos morir si nuestras libertades fundamentales son transgredidas. Prueba de ello es que a pesar del riesgo de sepsis o de cárcel hace años me sometí a un aborto voluntario clandestino con tal de no gestar, o que hay gente que con tal de sentir un poco de libertad e independencia hace largas filas en medio del tumulto para conseguir un poco de cerveza. Cada uno de nosotros, en la medida de lo posible, escogemos nuestra manera de morir. Hay quienes desean iniciar el sueño eterno rodeado de nietos, hijos y seres queridos y dedican toda su vida a construir ese final y hay otros que somos susceptibles de pegarnos un tiro en la cabeza si se nos descompone la lavadora o el coche y en lugar de generar un entorno para nuestro final, solo exclamamos al cielo con las manos en alto: —ya llévame, diosito.



En efecto, conforme voy conociendo a la humanidad me voy percatando de que ésta es más rebelde e insumisa que lo que nos cuentan, y no me extraña. Supongo que la par que fuimos evolucionando como especie nos tuvimos que enfrentar a obstáculos que ponen en riesgo nuestra supervivencia porque la naturaleza es dinámica: hoy puede que lluevan sapos y mañana una sequía con langostas que mermen los cultivos, puede que nos invadan avispas asesinas, virus mortales, que haya terremotos, erupciones volcánicas y un sin fin de pretextos para exterminarnos… pero los humanos somos más inteligentes, o más testarudos, igual que las cucarachas.

Y precisamente por ese afán de superación es por lo que la raza humana ha prosperado tanto en este planeta: por su rebeldía, por su disposición a luchar contra los obstáculos, por no dejarse vencer, por no dejarse exterminar… así que no les extrañe que si alguien le dice a la raza que se quede encerrada, la raza, por naturaleza va a salir a echar desmadre. Y por eso precisamente es por lo que ha humanidad está acabando con su entorno: porque puede, porque quiere y porque sabemos que nos merecemos la extinción.
Si los seres humanos fuéramos obedientes los problemas del mundo se reducirían mínimo en un 50%: el conflicto no sería obedecer si saltar o no, sino qué tan alto. Lo más fácil es seguir las instrucciones… el problema es cuando las instrucciones no están dirigidas a solucionar algo sino a empeorarlo… como cuando te ordenan que lo mejor es la castidad y la abstinencia, pero los huevos te palpitan porque les urge reventar. Lo más fácil no es suprimir el deseo, sino encontrar otras vías de escape alterno. 



Tomando en cuenta la rebeldía natural que nos heredó la madre naturaleza en un afán para evitarnos la extinción, lo más sensato sería encauzar esas energías en vez de suprimirlas, en mi caso decidí analizar mis emociones, identificar mis puntos débiles, mis pasiones y bajos instintos que me dominan y aceptarlos con toda la sinceridad de mi corazón, reconocerme como la pecadora que soy, y dirigirme a satisfacer esos instintos a una ciudad a 200 kms de mi casa: mi ya amado Querétaro. 

Por experiencia les digo que la humanidad no va a entender, no vano han tratado de hacerme entrar en cintura, con nefastas consecuencias, y recordemos que soy muy humana, y por lo mismo soy necia, testaruda, indomable, insumisa, arrogante, presumida, soberbia y con un severo complejo de siempre tener la razón. Precisamente por lo anterior entiendo que la humanidad, en su afán expresivo natural no va a obedecer la sana distancia ni otras medidas que supongan incomodidad. En efecto mis estimados: la humanidad prefiere arriesgarse a morir por una enfermedad contagiosa viral que controlar a sus lombrices de la cola para quedarse quietos encerrados en su casa.



Era más que obvio que ante la obligatoriedad de la suspensión de las fuentes de trabajo, los otrora peones del capitalismo, tendríamos la libertad por delante, sin horarios, ni rolar turnos, ni cambio de descansos: se nos estaba dando la oportunidad de por fin tener esa sensación de libertad y autonomía que es imposible emular dentro de una fábrica u oficina. Y como seres humanos corrimos a hacer uso de nuestra aparente recién adquirida libertad mediante la expresión de actividades que en una situación normal serían imposibles. Se requiere ser muy ingenuo como para pensar que el pájaro permanecerá en la jaula por voluntad propia si la puerta está abierta. 



Y como los pájaros que se mueren fuera de la jaula porque son unos inútiles para conseguirse el alimento, los seres humanos también nos estamos condenando al exterminio al no mostrar la capacidad de administrar la nueva situación, la nueva aparente libertad. Y es que en este escenario es casi imposible preguntarse ¿está la humanidad lista para administrar su propia libertad? ¿o es acaso que ésta incompetencia de responsabilizarnos de las consecuencias de nuestra libertad es lo que nos tiene prisioneros?



Me acostumbré a una condición habitual y ajusté mis esfuerzos, expectativas y deseos en función de ese modelo. No es de extrañarse que si la “condición habitual” desaparece, también desaparecerá la estabilidad que acompañaba a mi agenda de actividades, y no me estoy refiriendo a la cuarentena y el caos que de ésta se deriva: me estoy refiriendo a toda mi vida. No me sorprendería darme cuenta en un futuro de que las decisiones que tomé fueron orilladas por mi inestabilidad emocional en éste pandémico escenario.



Parece que no termino de acostumbrarme al eterno caos, al eterno movimiento. A veces creo que las cosas van a permanecer estáticas, que mi familia estará ahí, que tendré una fuente de ingresos, que podré tener acceso a la salud y al alimento, que la lavadora y el coche seguirán funcionando eternamente, pero la realidad es que todo cambia y que el que se adapta al cambio es quien sobrevive, junto con quienes aprendieron a “hackear” el cambio, a pervertir al sistema para su beneficio.

No sé a estas alturas de mi vida qué es más fácil: adaptarme al cambio o aprender a hackear el sistema. La respuesta dependerá de las habilidades que pueda desarrollar, pero me siento tan agotada que no me importaría que el gobierno me subsidiara con cheques de felicidad… o marihuana con alto % de THC, que para mi caso ya es lo mismo.

Si no le picaste al Playlist o sí sí, de todas formas ahí te dejo la rola de hoy, A perfect day, Lou Reed:






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