Pseudo regreso a la nueva pseudo normalidad en esta actualidad en donde
el cubrebocas es la nueva cartulina y necesito motivación auditiva para iniciar mi dia.
Después de todas las experiencias que he vivido en las últimas semanas
no puedo dejar de ver mi vida desde otra perspectiva: desde la perspectiva
pandémica. Es obvio que todo cambió tan repentinamente como para notarlo y
sentir angustia e incertidumbre generalizada. Así es la naturaleza, así es la
vida, las cosas no dejan de cambiar, todo cambia tarde o temprano y a veces tan
lentamente que no nos damos cuenta, ese cambio cotidiano es paulatino, casi
imperceptible y por lo mismo es manejable y fácilmente asimilable y nos tenía
en un estado de normalidad… hasta que llegó el SARS-CoV-2.
En medio de la incertidumbre y de la esperanza por qué ésto se termine,
en un momento repentino de reflexión y análisis, pude por fin apreciar la
situación desde el encierro y la precariedad económica para proyectar sus
dimensiones, y desafortunadamente mis proyecciones no son optimistas. Si bien
constantemente me cuestiono acerca de mi labor de utilidad en el mundo y la
utilidad del mundo en mi vida, en estos momentos me desborda el sentimiento y
no dejo de pensar en él, tal vez, funesto destino que nos espera.
Ya había alcanzado un cierto grado de estabilidad emocional y me estaba
habituando a nuevas rutinas después de mi divorcio, pero como la vida son esas
cosas que uno no planea, esa estabilidad no ha durado y junto con la baja del
monto de mis comisiones estoy en un estado de pobreza, incertidumbre, enojo,
preocupación y mucha angustia. Lo que me preocupa es creo que no me preocupa
como me debería preocupar. Supongo que debería estar más preocupada. Que no esté suficientemente preocupada es un indicador personal de que en cualquier momento estallará la verdadera preocupación y haré cosas de las cuales me arrepentiré con posteridad.
No puedo evitar pensar que si ésta fuera otra época en mi vida estaría
tomando una posición estoica y de férrea determinación para salir adelante,
pero la realidad es que a punto de cumplir 39 años ya no me place destinar
mucha energía para enfrentar las situaciones complicadas. Digamos que en ésta
cuarentena me cuestioné mucho acerca de dos temas: mi aportación al Producto Interno Bruto de éste país y mi nivel de felicidad.
Al analizar llegué a la conclusión de que si dejo de trabajar para dedicarme a
limpiar la casa, lavar la ropa y hacer de comer, la economía de mi país no me
extrañará… el detalle es encontrar quien me quiera cubrir mis necesidades para
que yo me dedique a ser una completa ama de casa, no sin antes desprenderme del
trauma que me supone volverme la sirvienta de alguien más: el único obstáculo a
superar para ser feliz en éste escenario.
Mi situación personal llegó a tal nivel de criticidad que estoy pensando
en drásticos escenarios para el futuro porque soy nueva en ésto de las
pandemias y desconozco el protocolo de actuación. Creo que de parte de la
sociedad en general se debería valorar más el esfuerzo que cada uno de nosotros
hacemos para no jalarnos el cabello, mordernos las uñas o salir a la calle a expresar comportamientos desesperados. Sin embargo hay que comprender que estamos en una crisis generalizada, que a
todos nos está afectando ésta situación atípica y no todos están lo suficientemente
adaptados ni son lo suficientemente sanos como para sobrellevar éste escenario.
Yo me incluyo.
Me he percatado de que no soy la única que desconoce la etiqueta para
sobrellevar éste evento de escala mundial. Hasta cierto punto me reconforta
saber que hay gente que tampoco tiene experiencia con el manejo de la
situación, y si el 2020 no era lo suficientemente creepy, ahora la sensación
generalizada de incomodidad se encargará de encauzar a la humanidad por una
senda de desequilibrio psicológico que nos llevará al acabose… pero no faltará el inadaptado que a huevo quiere hacer oídos sordos e imponer su voluntad.
Y es que no es necesario ni salir para darse cuenta de que a dos meses de
confinamiento el mundo ya cambió y sobrevivir requerirá nuevos retos y
habilidades… estoy plenamente convencida de que ninguno de mis propósitos de
cuarentena iba a ser útil para facilitarme la vida post- pandemia… a excepción
del 6x7=42 que me ayudó a darme cuenta que en los 43 centímetros de
alacena me caben 6 frascos especieros, uno más es imposible.
Estoy segura de que aunque el propósito no fue aprender en la
cuarentena, hay cosas a las que nos habituamos por influencia del entorno, usar
cubrebocas no es una de ellas. La nueva normalidad nos está conduciendo a
modificar actitudes e incluso maneras de pensar: ahora las personas que me
saludan entienden perfectamente que no es mi obligación inclinarme a darles
beso y poco a poco desisten de la costumbre de acercarse a mí. Antes pensaban
que era mamona y por eso me ponía mis moños para que no me toquen. Ahora
pensarán que me protejo del virus y evitarán tocarme, aunque en la realidad
sigo siendo una mamona que rehúye al contacto físico con las personas que no
son exclusivas para mí. Como sea, me conviene que la gente no esté cerca mío
porque que a veces la cercanía es tanta que hasta los puedo oler. Quienes me
conocen saben que tengo una enfermiza fijación con mi capacidad olfativa.
Sospecho que el disgusto generalizado no es porque un virus
potencialmente mortal anda suelto y la humanidad tenga miedo a la muerte.
Sospecho que el disgusto generalizado se deriva de la incertidumbre de no poder
ser dueños de nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestra vida y nuestro cuerpo.
Los seres humanos somos tan curiosos que existimos especímenes capaces de
dejarnos morir si nuestras libertades fundamentales son transgredidas. Prueba
de ello es que a pesar del riesgo de sepsis o de cárcel hace años me sometí a
un aborto voluntario clandestino con tal de no gestar, o que hay gente que con
tal de sentir un poco de libertad e independencia hace largas filas en medio
del tumulto para conseguir un poco de cerveza. Cada uno de nosotros, en la
medida de lo posible, escogemos nuestra manera de morir. Hay quienes desean
iniciar el sueño eterno rodeado de nietos, hijos y seres queridos y dedican toda
su vida a construir ese final y hay otros que somos susceptibles de pegarnos un
tiro en la cabeza si se nos descompone la lavadora o el coche y en lugar de
generar un entorno para nuestro final, solo exclamamos al cielo con las manos en alto: —ya llévame, diosito.
En efecto, conforme voy conociendo a la humanidad me voy percatando de
que ésta es más rebelde e insumisa que lo que nos cuentan, y no me extraña.
Supongo que la par que fuimos evolucionando como especie nos tuvimos que
enfrentar a obstáculos que ponen en riesgo nuestra supervivencia porque la
naturaleza es dinámica: hoy puede que lluevan sapos y mañana una sequía con
langostas que mermen los cultivos, puede que nos invadan avispas asesinas,
virus mortales, que haya terremotos, erupciones volcánicas y un sin fin de
pretextos para exterminarnos… pero los humanos somos más inteligentes, o más
testarudos, igual que las cucarachas.
Y precisamente por ese afán de superación
es por lo que la raza humana ha prosperado tanto en este planeta: por su
rebeldía, por su disposición a luchar contra los obstáculos, por no dejarse
vencer, por no dejarse exterminar… así que no les extrañe que si alguien le
dice a la raza que se quede encerrada, la raza, por naturaleza va a salir a
echar desmadre. Y por eso precisamente es por lo que ha humanidad está acabando
con su entorno: porque puede, porque quiere y porque sabemos que nos merecemos
la extinción.
Si los seres humanos fuéramos obedientes los problemas del mundo se
reducirían mínimo en un 50%: el conflicto no sería obedecer si saltar o no,
sino qué tan alto. Lo más fácil es seguir las instrucciones… el problema es
cuando las instrucciones no están dirigidas a solucionar algo sino a
empeorarlo… como cuando te ordenan que lo mejor es la castidad y la abstinencia,
pero los huevos te palpitan porque les urge reventar. Lo más fácil no es
suprimir el deseo, sino encontrar otras vías de escape alterno.
Tomando en cuenta la rebeldía natural que nos heredó la madre naturaleza
en un afán para evitarnos la extinción, lo más sensato sería encauzar esas
energías en vez de suprimirlas, en mi caso decidí analizar mis emociones,
identificar mis puntos débiles, mis pasiones y bajos instintos que me dominan y
aceptarlos con toda la sinceridad de mi corazón, reconocerme como la pecadora
que soy, y dirigirme a satisfacer esos instintos a una ciudad a 200 kms de mi
casa: mi ya amado Querétaro.
Por experiencia les digo que la humanidad no va a entender, no vano han
tratado de hacerme entrar en cintura, con nefastas consecuencias, y recordemos
que soy muy humana, y por lo mismo soy necia, testaruda, indomable, insumisa,
arrogante, presumida, soberbia y con un severo complejo de siempre tener la
razón. Precisamente por lo anterior entiendo que la humanidad, en su afán
expresivo natural no va a obedecer la sana distancia ni otras medidas que
supongan incomodidad. En efecto mis estimados: la humanidad prefiere
arriesgarse a morir por una enfermedad contagiosa viral que controlar a sus
lombrices de la cola para quedarse quietos encerrados en su casa.
Era más que obvio que ante la obligatoriedad de la suspensión de las
fuentes de trabajo, los otrora peones del capitalismo, tendríamos la libertad
por delante, sin horarios, ni rolar turnos, ni cambio de descansos: se nos
estaba dando la oportunidad de por fin tener esa sensación de libertad y
autonomía que es imposible emular dentro de una fábrica u oficina. Y como seres
humanos corrimos a hacer uso de nuestra aparente recién adquirida libertad
mediante la expresión de actividades que en una situación normal serían
imposibles. Se requiere ser muy ingenuo como para pensar que el pájaro
permanecerá en la jaula por voluntad propia si la puerta está abierta.
Y como los pájaros que se mueren fuera de la jaula porque son unos
inútiles para conseguirse el alimento, los seres humanos también nos estamos
condenando al exterminio al no mostrar la capacidad de administrar la nueva
situación, la nueva aparente libertad. Y es que en este escenario es casi
imposible preguntarse ¿está la humanidad lista para administrar su propia
libertad? ¿o es acaso que ésta incompetencia de responsabilizarnos de las
consecuencias de nuestra libertad es lo que nos tiene prisioneros?
Me acostumbré a una condición habitual y ajusté mis esfuerzos,
expectativas y deseos en función de ese modelo. No es de extrañarse que si la
“condición habitual” desaparece, también desaparecerá la estabilidad que
acompañaba a mi agenda de actividades, y no me estoy refiriendo a la cuarentena
y el caos que de ésta se deriva: me estoy refiriendo a toda mi vida. No me sorprendería darme cuenta en un futuro de que las decisiones que tomé fueron orilladas por mi inestabilidad emocional en éste pandémico escenario.
Parece que no termino de acostumbrarme al eterno caos, al eterno
movimiento. A veces creo que las cosas van a permanecer estáticas, que mi
familia estará ahí, que tendré una fuente de ingresos, que podré tener acceso a
la salud y al alimento, que la lavadora y el coche seguirán funcionando
eternamente, pero la realidad es que todo cambia y que el que se adapta al
cambio es quien sobrevive, junto con quienes aprendieron a “hackear” el cambio,
a pervertir al sistema para su beneficio.
No sé a estas alturas de mi vida qué es más fácil: adaptarme al cambio o
aprender a hackear el sistema. La respuesta dependerá de las habilidades que
pueda desarrollar, pero me siento tan agotada que no me importaría que el
gobierno me subsidiara con cheques de felicidad… o marihuana con alto % de THC,
que para mi caso ya es lo mismo.
Si no le picaste al Playlist o sí sí, de todas formas ahí te dejo la rola de hoy, A perfect day, Lou Reed:
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