jueves, 27 de julio de 2017

Tengo que comer, segunda parte

Es mi deber confesarlo, quien me conoce bien lo sabe, pero ya no me da pena decirlo: cuando estoy en confianza y surge la comodidad me encanta comer, atascarme en las comidas, dejar a un lado los modales y chupar, degustar, probar mis dedos, sabrosear, sentir texturas, relamerme los labios, disfrutar los olores, colores, sabores. Amo la carne, la salchicha, el chorizo, la longaniza, sorber sus jugos calientes cuando se escurren… en esta actividad, habiendo amor, si cambias la m por la g, será la misma historia. Sí, ya sé: nunca voy a brillar en sociedad…


Es una apreciación muy personal, cuando hay confianza puedo explayarme comiendo sin modales y sin recato, porque para mí, el acto de comer (con m), es más que incorporar nutrientes al cuerpo: es una orgía de sabores y texturas, de olores y temperaturas, de sensaciones y sentimientos, de descubrimiento y de experimentación.

Me sucedía que durante la noche en mis más húmedos sueños soñaba con comida. Trataba de inducir ese placer porque para mí era casi orgásmico irme a dormir oliendo mis dedos, impregnados con el aroma de los tacos de pastor que recién me había comido… sé que puede sonar enfermo, pero en realidad me tranquilizaba demasiado el aroma de los taquitos cuando mi barriguita estaba llena, porque podía sentirme segura y a salvo, como si un hueco en mi alma estuviera cubierto, y qué mejor que cubrir esos huecos del alma con tacos de pastor… ¿puede existir mayor amor que el amor a los tacos?

El señor es mi pastor, nada me faltará (a veces limones). En lugares de verdes cilantros me hace disfrutar. Junto a aguas de jamaica y horchata me conduce. Él restaura mi panza, me guía por lugares de taquizas por amor a su sabor. Aunque coma en locales de sombra de muerte no temeré a enfermedad alguna, porque tu, señor taquero, estás conmigo. Amen.
¿Puede existir mayor consuelo que el que nos brindan los tacos? El sabor de los tacos es cosa única, la combinación exquisita de la tortilla de maíz con la carne sazonada, las verduras frescas, la cebolla asada, los chiles toreados, y todo esto bañado en salsa roja o verde, picosa o muy picosa, es un manjar que nos reconforta, nos alienta, nos consuela, y hasta nos puede salvar la vida.


La comida me genera expectativa y emociones. Puedo tener un pésimo día, pero sé que yendo rumbo a casa tendré la opción de escoger entre tacos, tortas, pozole, quesadillas, enchiladas, tamales, buñuelos, chascas, esquites, elotes asados, cacahuates al vapor, y cuando es temporada: garbanza verde, también conocidas como guasanas, cocidas o tatemadas, preferentemente tatemadas… con estas últimas tengo una obsesión, porque en la temporada que transcurre de septiembre a mayo, cada tarde ando a la caza de los vendedores que la ofrecen en su recorrido por la calle. En éste último año, con la tecnología actual ya pude hacerme de tres proveedores, y en vez de andar en búsqueda, les mando whatsapp para que me manden la ubicación y poder comprar mi botana favorita, ¿les conviene el gasto de datos para mandarme la ubicación? Sí, definitivamente, porque siendo temporada consumo garbanza en cantidades industriales, pero por pena la pido en presentación individual: –Don, porfas deme ocho bolsitas de a diez… son para la familia. (para la familia de lombrices que me cargo).


La comida me reconforta, me consuela y me hace feliz. Podría poner a la comida por encima de muchas cosas en mi vida, como por ejemplo, encima de la cama, encima del escritorio de la oficina, encima del asiento del copiloto, encima de la persona a quien más amo y comenzar a devorarla sin recato, y luego comerme la comida también.

La comida nos une, la comida es un excelente pretexto para socializar, para conocer gente y para relacionarnos con los demás. Por ejemplo, no tengo una buena relación con mi mamá pero sí tengo una excelente relación con la comida que prepara. Y es que para ser sincera, reconozco que ella cocina riquísimo. Tal vez no le dirija la palabra, pero si me invita a comer tampoco le dirigiré la palabra, solo iré con el objetivo de consumir deliciosamente su pozole rojo, espaguetti a la bolognesa, pierna de cerdo mechada, sopa de papa con chipotle, carne con verdolagas, crema de brócoli, arroz blanco y rojo, cazuela de verduras… lo que sea le queda riquísimo, menos el carácter, ese le quedó de la chingada.



La comida no solo es alimento físico, también es alimento del alma, y cuando mi alma se siente entretenida, o apresurada y con presiones por cumplir fechas límite o entregar proyectos la comida no pasa a segundo plano, forma parte de mi plan: puedo estar realizando alguna actividad como escribir el post del jueves y al mismo tiempo zamparme unos dorilocos o un caldo de oso… sí, caldo de oso. Y para hacer caldo de oso no es necesario primero matar al oso a puñaladas  (qué más quisiera yo, ya me urge 😞). Para hacer caldo de oso solo sigue la receta: http://bonitoleon.com/que-es-un-caldo-de-oso/

La comida me genera expectativas y saborearla antes de verla servida en el plato me mantiene con la esperanza de que éste mundo puede ser mejor, me hace optimista, me hace feliz. Imaginar que comeré lo que se me antoja y pronto disfrutarlo, me pone de buenas. Imaginar que me voy a comer eso que tanto se me antoja y que me cancelen a última hora, me pone de malas, así que consigo comida para llenar ese rechazo, y en ese querer conseguir comida me alucino imaginando lo que podría comer y que esté al alcance de mis posibilidades.
Mira Pelón!!  encontré lo que te falta!!!
Una vez, cuando aún vivía con mis papás desperté con muchas ganas de huevos y salchicha para el desayuno, pero recordé que estaba soltera y tuve que ingeniármelas. Así como soy de especial para la comida, por no decir pertinaz, me imaginaba el huevo apenas frito en la sartén para que quedara doradito y crujiente de abajo, mientras que en la superficie se podía apreciar aún el color naranja brillante de la yema semi líquida apenas caliente. Me dirigí a la cocina para poner manos a la obra y con mucho cuidado rompí dos huevos para separar la yema de la clara, y como no me sale a la primera, terminé usando dos hombres, digo, cuatro huevos, los únicos que quedaban. ¿Qué hice con las yemas rotas?, las guardé para agregárselas a un jugo de naranja natural, mismo que usaría para desatorarme el desayuno (me encanta). Ya que tenía mis claras y yemas separadas, puse a calentar la sartén, agregándole luego un chorrito de aceite de maíz. Minutos después, cuando alcanzó la temperatura exacta, con mucho cuidado vacié solo las claras, moviéndolas para que cubrieran homogéneamente la superficie mientras le añadía una pizca de sal. Esperé pacientemente, y una vez que comenzaba a formarse una costra doradita con las claras, agregué cuidadosamente por encima las yemas para que alcanzara la temperatura exacta y poder llegar a ese equilibrio perfecto entre la clara doradita y las yemas semi líquidas. Se me hacía agua la boca al imaginar mi delicioso platillo, sirviéndolo en el plato y luego rompiendo las yemas con un trozo de pan y empapándolo en ese suculento manjar. Me di cuenta de que me abuela, que estaba de visita en la casa, había agarrado el bolillo que tenía separado para disfrutar mi delicioso desayuno, así que literalmente fui corriendo a la tienda por un bolillo antes de que se enfriara mi delicioso platillo que tanto me había empeñado en preparar, para que tuviera el perfecto equilibrio entre sabor, textura y temperatura. No podía esperar para remojar un trozo de migajón en las yemas tibias, literalmente babeaba de imaginarme el sabor en mi paladar. Un minuto después, cuando regresé, me di cuenta de que mi abuela había vuelto a prender la estufa y con una palita de madera estaba impunemente mezclando el contenido de la sartén mientras me decía: –ví tu huevo muy crudo y me puse a terminar de cocinártelo. No me des las gracias. Lloré, no podía hacer otra cosa.

Sí, reconozco que llego ser patética en mi relación personal que tengo con la comida, al punto de descorazonarme si las cosas no salen bien, y desinflarme como se desinfla un soufleé apenas lo sacas del horno.

Tal vez podría definir la comida como un fetiche para mi, ya he comentado que siendo niña tuve algunos traumas con la manera de comer, digo, de tragar porque no se le puede llamar de otra forma. Y en esta situación comencé a desarrollar gustos por ciertos alimentos y rechazo por otros. Entre las cosas que más me gusta comer (toma nota), se encuentran los pescados y mariscos: me encanta el coctel de camarón, las mojarras fritas en aceite, las tostadas de ceviche, las cazuelas de mariscos con caldo picosísimo que son excelentes para la resaca, los molcajetes de mariscos con mucho queso fundido, que son excelentes para… lo que sea. Eso sí, acompañado de una suculenta cerveza oscura, porque el hecho de que me gusten los mariscos es solo porque simplemente se llevan de lujo con la cerveza. También por eso me encanta la carne asada, pero la disfruto más si la preparo yo misma y me dedico a darle vueltas en la parrilla y cuidarla para que el carbón no la queme. En esto de la carne asada, me vuelvo loca cuando preparo la carne y de paso pongo chorizo o chistorra en el asador, cebollas cambray, nopales enteros, chiles güeros rellenos de queso asadero y todo esto lo acompaño con quesadilas y le agrego un aguacate vuelto puré y bañado con salsa de molcajete hecha de jitomates y chiles serranos asados. La lista de, la que me encanta comer es muy larga, y la descripción de mis comidas favoritas es extensa, sólo hay algo que no me gusta y no puedo comer: el plátano. No es albur, definitivamente no es albur.



A veces me cuesta trabajo decidir qué comer… ¿a veces? De hecho siempre. Mi dilema con la comida implica la eterna racionalización entre costo-calidad-practicidad-cercanía-valor nutrimental-posibilidad de estacionamiento (es un pedo andar dando vueltas para encontrar lugar por muy ricos que estén los tacos, me descorazona éste factor)-tiempo de espera (quesadillas doradas de huitlacoche que tardan una eternidad)-posibilidad de empacho o chorrillo(casi puedo jurar que he comido tacos de perro… pero la salsa!!, la salsa!!!!!)-el nivel de hambre y cuánto tiempo más puedo soportar sin alimento y sin snickers

Parte del dilema también implica el tiempo disponible para comer… entre más tiempo, mejor, así puedo disfrutar la comida… siempre y cuando la comida sea disfrutable… por ejemplo comer cerca del trabajo supone muchas penurias porque regularmente los comedores te venden un platillo económico que incluye: sopa de pasta, frijoles, arroz, tortillas, papas y algo que parece carne, pero que seguramente es soya. Con este platillo de suculentos carbohidratos para darle cuerda a un albañil, solo atino a visualizar cómo se me levanta la sábana y flota a media noche, después de un sonoro prffffffffff… y si me pasa en la oficina tampoco me aguanto: yo lo siento por mis compañeros de trabajo, porque prefiero perder colegas de oficina a perder una tripa.


Comer en compañía es productivo porque así podemos compartir los alimentos, los sabores, y conocer acerca de los gustos de la otra persona, además es económico y nos ayuda a conocer al prójimo por medio de sus gustos alimenticios y obsesiones con los alimentos: hay quien no puede concebir comer sin chile, y otros no son felices si no tienen un refresco de cola para desatorarse el pedazote de carne que se zamparon. Yo pertenezco a ambos grupos.

Comer me tranquiliza, me pone feliz, me aquieta el alma y me relaja. A la fecha, sólo puedo descansar completamente si estoy en estado del “mal del puerco”, y por ese motivo precisamente, antes de ir a dormir le empaco con harrrrta confianza para sentirme satisfecha… de ahí mi obsesión por zamparme $80 de garbanza cuando es temporada.



Próxima entrega: el munchis, digo, el postre.

Y como ando hambrienta, la canchonda de hoy, digo, la rola de hoy:


jueves, 20 de julio de 2017

Tengo que comer...

Mi relación con la comida fue muy tormentosa durante un buen tiempo, y todo comenzó en mi niñez… cuando se forjaron mis traumas, donde echaron sus raíces las malas costumbres y las buenas, los hábitos dañinos y los benéficos. Y lo digo porque en mi caso, la relación que viví con la comida fue turbulenta y revoltosa: la comida no solo son sabores, también son texturas, y las texturas en la situación adecuada disparan sensaciones indescriptibles, como el helado frío de vainilla derritiéndose sobre mi lengua con un trozo caliente de brownie de chocolate, o el crujiente chicharrón de cerdo envuelto en una tortilla de maíz recién hecha y bañada con salsa roja de tomate y chile guajillo. Hay otras texturas que simplemente no soporto: imaginarme comiendo los pellejitos de jitomate en el caldo, me produce una repulsión enorme, como cuando te metes a una alberca y sobre la superficie hay insectos muertos e hinchados.

La presentación del plato también tiene mucho que ver con que se antoje comer: no es lo mismo una cucharada de arroz toda desparpajada en el plato, a que te sirvan el arroz con molde y se conserve la figura redondita… apetecible, aunque el arroz esté incomible. Con esto compruebo que de la vista nace el amor… 


Y precisamente porque de la vista nace el amor, sabía que en ese momento mi querido chush Luis Alberto Andrade Vega no podía haberse enamorado de mi, aunque yo fuera un bombón desbordando ternura y en mi interior tuviera mucha dulzura… literalmente porque me dediqué a rellenarme con dulces acuario, chocolates la vaquita, palanquetas, bombones de colores, palomitas acarameladas, popotes rellenos de azúcar glass, mazapanes, seltz soda, paletas de elote, sugus, brinquitos, paletas de reloj (de esas que lamías y luego estampabas en tu muñeca), chicles motita, chipiletas y salvavidas, pero no de esos que de verdad te evitan el ahogamiento… bueno hubiera sido, porque me atragantaba a escondidas: huía de mi mamá para que no me regañara por mi afán compulsivo para comer.

No siempre tuve problemas para controlar mi ingesta calórica, mi problema inicial era para comer: recuerdo a mi mamá preparándome bolillos con crema, queso fresco y jitomate. Llegó un momento en el que le dije – mamá, la verdad es que nunca me como las tortas, y no te sientas mal, pero a veces mis compañeros a los que nunca les echan nada para el recreo, tampoco se las quieren comer, preferiría mil veces que me dieras el pan untado con crema, una rebanada de queso y el jitomate, prefiero comerlos por separado– . Recuerdo su amorosa respuesta: –te lo tragas.

Y es que mi mamá, en su afán de protectora, me vitaminó con un medicamento homeopático para que me diera hambre, porque antes de mi rechoncha figura solo comía en cantidades adecuadas, mi cuerpo era esbelto y rara vez sentía antojos irresistibles. Sin embargo, bajo el axioma maquiavélico de “los niños gordos son sanos”, me obligó a consumir un horrendo menjurje que yo juraba había salido del cazo de una siniestra bruja, porque sabía asqueroso, y me provocaba unas ganas insaciables de atragantarme con cualquier cosa que se pudiera considerar comible... alimenticiamente hablando.


Cuando estaba bajo tratamiento, experimenté un hambre insaciable, tanto, que hasta me comía la mantequilla a mordidas, la cebolla cruda en capas, y a los huevos les hacía un agujerito para chupar el interior… no pienses mal, estoy hablando en serio… y creo sinceramente que es preferible estar chupando un huevo, a estar cociendo un huevo...



A la fecha me quedan reminiscencias de esos eventos, pero no soy una Dianne Margaret Clayton cualquiera, la gente a mi alrededor no corre peligro si acaso tengo hambre. Hoy en día puedo perfectamente controlar lo que como, mientras esté acompañada, porque estando sola puedo comer sin mesura y sin control.

  

Sé que la presentación de los alimentos es parte importante de su disfrute, pero de acuerdo a los esquemas arcaicos de las mujeres de mi familia, siendo sagrada la comida, independientemente de la presentación, debíamos comerla con gusto, por lo menos se empeñaban en cocinarla y asegurarse que estuviera a buena temperatura al momento de servir. En esto último teníamos que ser muy cuidadosos, porque cuándo daban la orden de que teníamos que sentarnos a la mesa, debía ser de inmediato… dejar la comida en la mesa para que se enfriara en lo que terminábamos de jugar para sentarnos a comer, ameritaba el uso de la chancla… y no precisamente para caminar. 

En la austeridad familiar de aquellos años, la comida se consideraba como un bien muy preciado para compartir… y como moneda de cambio de chantajes y amenazas: cierra la boca y come, si no comes no hay postre, si comes todas tus verduras, crecerás grande y fuerte; tienes que comer para poder salir a jugar; si no comes, te vas a morir debilucho; nosotros aquí teniendo comida, y muchos niños que se mueren de hambre… todas estas frases dejaron de utilizarse conmigo cuando padecí esa hambre atroz producida por el medicamento para estimular mi apetito, y la frase más repetitiva que mi mamá usó para conmigo fue: - ya contrólate pareces cucaracha, que hasta los cables de la luz se tragan.


Recuerdo que, como todos los niños, tenía gustos por comidas particulares, y rechazo por otras: generalmente la comida que me encantaba era poco nutritiva, y aquí me atrevo a asegurar que todos pasamos por esa etapa.

Teniendo una hija preadolescente es inevitable recordarme a esa edad y complacerle su gusto por papitas, galletas, príncipe y chokis, tacos de bisteck con verdura y salsa, quesadillas doradas, helado de chocolate y de limón, sándwiches calientes sin vegetales (aunque no le pone pero alguno a los subways), lasaña, la pizza pero sin piña (y en este punto pienso desheredarla), caldo de res y pollo, sardina con papas sabritas, quesadillas con doritos, Brócoli (sí, le encanta el brócoli), arandanos secos, platano (guak, odio el plátano), manzana, calabaza, jitomate en salsa, jicama y pepino, sopa de pellejito de jitomate (iukkkk askoooo), carne de res, picadillo, atun, pescado… no le gusta el aguacate, ni el queso azul ni las frituras demasiado condimentadas, y a diferencia de muchos preadolescentes, ella no puede comer comida chatarra todo el tiempo… ha llegado a hacer a un lado las sabritas y ricolinos para comer brócoli y jícama con limón… ahora que analizo las cosas, soy tan mala madre que nunca le he prohibido comer golosinas y frituras, ni tampoco la he obligado a punta de chanclazos a comerse las verduras: sé que no le gusta el aguacate, así que no me desgasto insistiendo que lo coma...

Mi hija tiene una relación sana con la comida: si se le antoja se la come, y si no, pues no, no la obligo a comer y ella voluntariamente come sano, más sano que muchos de su edad. Mi relación con la comida, es un poco extraña, y a la fecha hay a quien le sorprende que tengo gustos aparentemente contradictorios: me encanta el jitomate, lo amo, podría comerme un jitomate como si fuese una manzana, si le agrego un poco de sal, para mí es un manjar… pero nunca intentes ofrecerme un pan que lo incluya, me parece sencillamente intragable: la mezcla de la harina con el jitomate no me agrada… a menos que en el pan bañes el jitomate con aceite de oliva y le espolvorees un poco de óregano… así cambia la cosa. Igual que el jitomate, hay cosas en las que muestro una repentina aversión y posteriormente me descubro amándolas: es como cuando voy a una fiesta, ponen reaguetton, y es inevitable hacer mi cara de “huele a desagüe abierto” pero cuando le agrego alcohol en la dosis adecuada temino perreando. 



En efecto, hay ocasiones en las que prefiero comer los ingredientes por separado, hay platillos que no pueden mezclarse y cual si fuera una obsesiva compulsiva, procuro servirme en platos diferentes para que los sabores no se perviertan. En el caso de mi adorado hermano, aclaro, no el Caifán sino el de sangre, tenía una incomprendida afición por las conchas con mermelada de fresa y frijoles, o el caldo de res con plátano y dulce de leche… y yo, procuro no mezclar el espagueti con el gravy de la carne ni la ensalada… pero con mucho gusto puedo comer uvas blancas con queso manchego, higos con jamón serrano, aceitunas verdes con ciruela pasa y almendras, queso de cabra con ate de membrillo, salmón crudo con salsa de soya… y hablando de alimentos crudos, debo confesar mi gusto culposo por la carne… sencillamente es imposible ser vegetariana, la carne cruda es para mí un manjar.



Mmmm, esto de la carne cruda es fabuloso… continuará el próximo jueves.

La rola de hoy… 

jueves, 13 de julio de 2017

Lo que para mi significa amar

Hace dos meses, estaba chateando y escribí una frase: “el amor que nos enseñaron no es negocio.” Mi interlocutor reaccionó encabronándose, me reclamó y le dije: —tal vez te indignas porque socialmente se espera que el amor, como un sentimiento puro, debe darse desinteresadamente sin medida, a costa de uno mismo, y ésta frase indica que no debe ser negocio, y piensas quizá, que hice el comentario refiriéndome a que el acto de amar a alguien no conviene, puesto que nos arriesgamos a tener más pérdidas que ganancias. En efecto, indígnate porque a ésto último me refería.

No quería siete años de mala suerte
así que me besé a mi misma en el callejón del beso
Amar a alguien, en la forma en la que la sociedad nos ha enseñado, implica sufrimiento, dolor, renunciar a uno mismo, ver al otro antes que a uno mismo, dar sin medida siempre, centrarse en el otro… suena a todas luces a una pésima inversión. Sobre todo cuando nos dicen que amemos a nuestro prójimo y la neta, para serles sincera, hay prójimos que me causan una repulsión y asco que no les cuento.

Luego dicen que el amor es dar hasta que nos duela, y eso suena francamente a locura... bueno, a veces duele, sobre todo cuando no está suficientemente lubricado. Pero en eso del sentimiento de amar, me gusta la idea de que amar implica dar lo que cada uno de nosotros puede dar voluntariamente y sin exigir algo del otro como si fuera una obligación o deuda, porque uno no puede dar lo que no tiene, ni pedir que a uno le den lo que el otro carece, y si uno da lo que no tiene, es en efecto, un mal negocio que obviamente traerá más pérdidas que ganancias. 


La abnegación de dar más allá de lo que tuve, no me dejó otra cosa más que una sensación de insuficiencia, y eso no es amor. Abnegación, altruismo, renunciar a lo propio, sacrificio: sí, son sublimes, pero pienso que solo son válidos de una manera recíproca, es decir, sería muy cruel e inhumana si veo que mi pareja se está sacrificando y yo me quedo de brazos cruzados. Lo menos que podría hacer es aligerarle la carga… o darle un empujoncito. Pero ésto es de dos, las relaciones de pareja si son sanas, son bilaterales y no egoístas: te miro, me miras; te beso, me besas; te toco, me tocas; me muevo, te mueves; me chupas, te chupo; me metes, te... cada quién.

Aprendí de manera dolorosa, que el amor que siento por mí, me priva a veces de amar a alguien en la forma en la que desea ser amado, porque primero estoy yo, y después el otro. Yo soy mi prioridad, si me anulo a mí misma, seré invisible para el otro, si debo anularme para ser amada, me convertiré en una ilusión, me quedaré en fantasía, porque no seré más que una sombra. 

Una idea acerca del amor, es pensar que podemos enamorarnos de nosotros mismos a través de la mirada del otro, buscar a alguien que nos ame en la forma que no podemos amarnos a nosotros mismos... la realidad es que no funciona así. No puedo amar a alguien que no se ama a así mismo, porque por más amor que le de, nunca será suficiente si primero no se acepta, no se ama, no se comprende... porque será echar mi amor en saco roto. El primer amor, es el que nosotros mismos nos damos, en la medida en que nosotros mismos nos aceptamos y queremos, para permitir al otro amarnos y corresponderle con amor, amor que ya hemos construido al interior. Si no es así, se vuelve tiranía.

Tal vez creas que mi “egoísmo desmedido”, es lo que me lleva a pensar así, pero para convertirme en una “desalmada culera sin corazón”, hubo un proceso previo de decepciones, lágrimas, sangre, fluidos espesos, golpes (literalmente hablando), y la pérdida de mucho tiempo, dinero y esfuerzo. La realidad es que no soy "tan" tirana como para permitirle a a alguien que me ame más que a sí mismo, de permitir ésto, estaría anulando al otro de una forma verdaderamente egoísta.
 

Si amar redunda en pérdidas para alguna de las partes, no es amor. Si duele, no es amor. Si lastima, no es amor (o tal vez sea que está grande y el agujero es pequeño)

¿Que hay con el “te amo”?… uy, empiezo a meterme en terrenos escabrosos. Sé que en mi adolescencia era común encontrar al amor de mi vida cada tres semanas, y la famosa y trillada frasecita se me salía como por arte de magia, impulsada desde mi estómago repleto de mariposas… hoy en día, es una frase especial que reservo para momentos mágicos. Aunque en el pasado, después de un buen orgasmo llegué a reprimirme para que no se me saliera sin querer… la frase. Aún y con esto, estoy segura que hubo quienes contaron con la suficiente capacidad de comprensión para determinar que si acaso se me salió ésta frase, fue producto de mi estado etílico, de la emoción del momento, de mi imaginación desbordada o de mi pendejez infinita. Y es que para mí fue incómodo escuchar la frase cuando vino de una persona con la que no quería comprometer mi tiempo, ni mis pensamientos y mucho menos mi vida. Por lo anterior si alguien me la dice, no me emociono, primero racionalizo el hecho y concluyo que puede ser por diferentes circunstancias y no porque quiera comprometer conmigo su tiempo, sus pensamientos y su vida. 
Cuando ésta frase la dice alguien a quien yo también amo, no me emociono: la paso por diferentes filtros de evaluación, porque así soy de técnica (sí, ódienme por eso, pero me he salvado de muchos disgustos). 

El primer filtro de evaluación es ¿en el momento en el que dijo la tan temida frase fue en medio de una venida? Si la respuesta es positiva, entonces le doy un bajo porcentaje de credibilidad… te sorprendería saber cuántos me lo han dicho bajo estas circunstancias (lo sé, soy buena). 

El segundo filtro es, ¿lo dijo en un momento romántico?, si la respuesta es positiva, entonces es muy probable que se trate del resultado de la atmósfera que se vive en el momento. 

El tercer filtro es, ¿lo dijo bajo presión, en medio de una crisis?, si la respuesta es positiva, entonces es como cuando estás en medio de un desastre y literalmente te cagas por cuestiones fisiológicas… digamos que con la frase, la cagó. 

El cuarto filtro: ¿la dijo después de que yo esperaba que la dijera, pero fue en un momento no planeado, sorpresivamente, y sin que exista un interés de por medio como una petición de algún tipo de favor? Si la respuesta es positiva, entonces entro en pánico, porque de ser cierto,  oxitocina, dopamina, feniletilamina, endorfina, serotonina, adrenalina y noradrenalina estarán transitando por mi torrente sanguíneo y hasta corro el riesgo de actuar como si estuviera borracha… el amor es como una droga, una droga altamente adictiva que debería ser como medicamento controlado… el amor produce confianza, y al sentir confianza, me despojo de temores y me vuelvo voluntariamente por completo vulnerable: Locura, le llaman algunos.

El tan trillado concepto de amor, a veces nos complica demasiado la existencia porque no siempre estamos seguros de sentirlo, de tenerlo, y mucho menos de encontrarlo. Cada uno de nosotros tiene sus ideas acerca del amor, y es imperativo que antes de decir la temida frase, nos hayamos hecho conscientes de todo lo que implica.

Y lo mismo en sentido contrario,
por eso quiero agradecerle por abrirme su universo,
aprenderle, amarle, respetarle, explorarle y hacerle gemir.
Sí, efectivamente, amar a alguien implica que si el equilibrio se rompe, hay un riesgo de que éste acto reditúe en más pérdidas que ganancias, así que las personas a quienes amo están conscientes de lo mucho que valen para mí, al grado tal de hacerles un espacio en mi oscuro y frío corazón de manera voluntaria, porque he aceptado la posibilidad de perder para entregarles desinteresadamente y sin esperar algo a cambio a lo único mío que les puedo entregar: a mí, así, tal y como soy. Y comenzar a dar, sin contar lo que doy, con una forma de dar pura, libre, sin medida para no entrar en hipocresías y conveniencias. 

Porque cuando en realidad no necesitas desprenderte de algo, ni fingir, ni cambiar y así encajas, y el otro no tiene necesariamente que desprenderse de algo, ni fingir, ni cambiar y así encaja... es fenomenal, súper fenomenal cuando lo que se desea ahí está, voluntariamente, sin chantajes, sin condiciones, sin presiones, sin obligación. 


El fracaso es un destino posible en el futuro, pero ¿acaso es prevenible? Podría ser, en la medida en que el amor sea recíproco, porque para evitar el fracaso es necesario dejar que los involucrados evolucionen, sean libres, fluyan armoniosamente reinventándose cada día y adaptándose al entorno. Cuando las cosas rozan mucho no jala, todo debe fluir, porque de a poco el amor se acaba cuando no se comparte, de a poco el amor se desgasta cuando no acopla.

Cuando es necesario desprenderse de partes de uno mismo para enchufar con el otro, esos huecos que van quedando se convierten luego en profundas fracturas que dañan la estructura de la pareja, para después desmoronarse y esparcirse, muchas veces sin oportunidad de volver a reconstruirse… aunque el tiempo, la experiencia y la determinación luego puedan llevar en el futuro a condiciones propicias inesperadas... y a sorpresas agradables.

Hey, Viandas: Vuelve a creer en el amor. (Eat, pray love, 2010)
El amor no tendría que implicar pérdida, sino ganancia; construcción y no destrucción; placer y no dolor; novedad y no rutina; impulso y no estancamiento; complicidad y no engaño… fluir dándose recíprocamente.

Y a todo esto, ¿cómo podría definir que amo a alguien? Porque primero entiendo que ese alguien no me pertenece, y por lo tanto no buscaré cambiarlo aceptándolo tal cual es; desearé verlo evolucionar, avanzar y mejorar día con día; brindarle aliento cuando desfallezca y se sienta sin ánimos; emocionarme a su lado cuando alcance sus metas y objetivos. Me dará gusto disfrutar sus triunfos solo por ver su felicidad; lo respetaré por la calidad de ser humano que es, conoceré el pasado que le forjó su carácter, entenderé sus defectos y virtudes sin juicios ni reproches, y tampoco me juzgará ni me reprochará a mí por mi pasado; no le necesitaré para ser lo que soy, pero su sola presencia iluminará mi vida haciéndola mejor, caminando hacia el mismo lado. Permanecerá a través del tiempo, por la huella que deja, por las heridas que se abrieron, sangraron, fueron cerradas con besos, agradecimientos y sorpresas inesperadas… se lee utópico, pero si yo puedo decir lo mismo en sentido contrario, sabré que es real: un amor que me inspira a dar, que me inspira a no temer que la oxcitocina se acabe.


Estoy consciente de que debo prepararme, porque deseo ofrecerle autosuficiencia, independencia, madurez, fortaleza, pasión, coraje, libertad, realización, sabiduría y mucho sexo… mucho.

la rola de hoy: 

¿Quién dijo que ya era tarde
para vivir, para llegar?
¿Quién dijo que no hay espacio
para un sueño más?
¿Quién dijo que ya no hay vuelta atrás
para volver a empezar?



He lanzado al sol
Los pretextos que
Me enterraban pasos

Me he vuelto huracán
Para tirar
Mis prejuicios necios

He parado el reloj
Para transformar
Mis recuerdos negros

Me puedo reiniciar
Volver a inventar
Un millón de veces

jueves, 6 de julio de 2017

No creo en cuentos

A la edad de cinco años, me interesaba demasiado jugar, dibujar, hacer muñecos de plastilina, leer historias, y mi mente era tierna e inocente (si, alguna vez mi mente fue inocente y tierna, por increíble que parezca). Ya en algún momento expuse algunas referencias acerca de mi niñez, pícale al link.  A la edad de cinco años, estaban de moda los transformers, G.I. Joe, la avalancha, los autos hot wheels y las Barbies... las fu-ck-ing Barbies. Tanta era la moda de la pinche Barbie, que al ver que todas las niñas de mi edad la tenían, le pedí fervientemente a mi mamá que me la comprara, -pídesela a los reyes- me dijo. Lo peor es que en ese momento le creí, porque los reyes magos me parecían una fabulosa luz de esperanza en este mundo lleno de regaños, acoso escolar, tareas escolares inútiles y profesores intransigentes. (Me desilusioné a los seis años que en lugar de juguetes pedí la paz mundial: ahí comencé a dudar)



El pedo es que en ese momento faltaba mucho para los reyes y a mí me urgía contar con la estúpida muñeca, porque temía correr el riesgo de ser marginada y señalada por mis primas, la vecina Lucy, mis compañeros de la escuela... y con ésto tener mi pase directo al bulling y evidenciarme como la más incompetente del mundo... sensación nefasta que antes del bulling ya tenía, pero que apaciguaba muy bien con un atascón de papitas fritas y coca cola en bolsita. Por mis atascones, y compararme con la Barbie, años más tarde me sentí culpable y de hecho hasta la fecha me siento las lonjas y me siento culpable, (aunque hoy en día la Barbie me valga madres.) Traumas pendejos de la infancia que nos marcan de por vida, les dicen.

Planee hasta secuestrar a la maldita Barbie: tomar la muñeca de mi vecina sin que se diera cuenta, para llevarla a la escuela, presumirla, y regresarla sana y salva con su dueña ese mismo día por la tarde… ideas pendejas que se le ocurren a una, como esas ideas pendejas de creer en las hadas de las cuales les hablé en el post anterior, a mi favor puedo decir que en aquel entonces tenía una inocente y nada maliciosa alma de niña.

Por fin, después de tantos ruegos con ojos de cara de gato de Shrek, mi mamá me compró una pendeja Barbie, y no es para menos que le diga "pendeja Barbie" porque viniendo en miles de versiones la jodida muñeca, desde doctora hasta astronauta, mi madre decidió comprarme nada más y nada menos que la amiga de Barbie, la Tracy Novia.

Tuve una muñeca exactamente igual a ésta...
mi madre trataba de decirme algo
Hoy en día comprendo que mi mamá trataba de darme a entender algo con esa muñeca... pero como todo consejo que me han dado en la vida: me entra por uno y me sale por el orto, perdón, por el otro. Yo sigo soltera y va para rato... para largo rato. (cada vez que veo a alguien barriendo, pongo mis pies... es broma, yo no creo en esas pendejadas)

Recuerdo las charlas con mi mamá, donde insistentemente me señalaba el "valor de la virginidad" con sus críticas hacia las mujeres que no se enfocan ni en tomar los hábitos, ni en el propósito del sacrosanto matrimonio como el eje principal de sus vidas: o te casas con un buen hombre, o te vas de monja, no hay de otra.



Ay mamá, reconoce la realidad por favor y date cuenta que estoy lejos de tu estereotipo de mujer perfecta y más cerca de parecerme a La Congelada de Uva, La Verdolaga Enmascarada o a La Loca de los Gatos.


Fui bastante precoz, me cuestionaba cómo era posible mantenerse pura en este mundo lleno de minifaldas ajustadas, escotes pronunciados y posters de Marilyn Monroe (sí, me prenden, ¿y?), sabía que tomar los hábitos no era una opción viable para mí... sí, a la tierna edad que queda entre los cinco y los siete años. Lo dije en el post anterior: no puedo ser niña buena, porque soy como el demonio.


A esa tierna edad de los cinco a los siete años, recuerdo que comenzaba a tratar de comprender el mundo en el que habitaba. Constantemente era bombardeada con ideas acerca de cómo debía ser mi vida, y que era lo que se esperaba de mí. En efecto, lo que se esperaba de mi era que cumpliera con un rol femenino, pero las expectativas no eran lo suficientemente claras. Por un lado estaba mi madre, quien como cualquier madre, deseaba fervientemente que me portara como un ejemplo de hija: estudiosa, con excelentes calificaciones, bien portada, bien hablada, discreta, sin intereses románticos…

Y por otro lado estaban mis tías, mis divertidas tías que se entretenían conmigo haciéndome manicura y poniéndome brillo en los labios (para hacerme más atractiva y femenina), y con quienes podía hablar en la intimidad acerca de las dificultades en la escuela, criticar a la gente, despotricar contra las situaciones diarias, señalar lo que a mi juicio parecía injusto, y hablar de mis intereses románticos… sin ser juzgada ni reprendida.

Ambos escenarios, en apariencia diametralmente opuestos, se dirigían a un solo objetivo, perdón, hacia un patético objetivo: desarrollar las características adecuadas para conseguir un marido con quién vivir feliz por siempre… hasta la fecha no lo he querido conseguir, no he querido casarme y hasta la fecha mi madre no me perdona que no me haya casado.

Había muchos estereotipos que me señalaban lo que se supone que se debe esperar de una mujer: ser buena como amante, confidente, ama de casa, coordinadora, intérprete, organizadora, psicóloga, intendente, educadora, confidente, consejera, contadora, negociadora, enfermera, cocinera, planificadora, chofer, abastecedora, arrulladora de niños, dependienta, costurera, catequista, veterinaria, bailarina, conciliadora, peluquera, profesora, jardinera, lavandera, maquilladora, secretaria, conservadora, ahorradora, comunicóloga, malabarista, ayudante, asistente, contorsionista, humorista, jugadora, niñera, actriz, organizadora, confesora, animadora, entrenadora... y por la situación en la que me encontraba, yo suponía que a lo más que podía aspirar era a ser lavadora de trastes...


Es una locura. Cuando me di cuenta de todo eso, pensé que era mejor decidir ser hombre… pero conociéndome, si fuera hombre, sería bien joto, por aquello de la "retroalimentación".

Los estándares que debe cumplir el modelo ideal de la esposa perfecta son en realidad utópicos, además, ¿de dónde les sale el gusto por convertirse en la servidumbre? Es decir, si se observa bien, todas las características enlistadas que una mujer decente se supone debe cumplir, están enfocadas en servir a los demás… ¿en serio creen que me iba a tragar el cuento de que ese esquema de esclavitud es "vivir feliz por siempre"?. Me opongo totalmente a eso, yo nunca me vi a mi misma como una resignada esposa que por gusto se anula a sí misma en pro de la familia. Si me salen con que este esquema debe vivirse con el gusto de atender a una familia feliz, neta prefiero ser hombre: llegar del trabajo, abrir el refri, destapar una cerveza y sentarme en el sillón a ver la tele en lo que mi linda esposa me prepara la cena, y se encarga de atenderme, de mantener la casa ordenada, tener mi ropa limpia, plancharme... y también desarrugarme la ropa.

Había dicho que no me casaría, pero ante este escenario, considero que el matrimonio podría ser tentador… solo tengo que encontrar a la mujer perfecta para casarme con ella… después de hacer el tortuoso trámite de la boda civil, ya que los retrógradas tercermundistas de este país se oponen a las bodas entre personas del mismo sexo.



Desde muy niña, me sentí en rebeldía hacia el cumplimiento del papel que se supone debía cumplir, y es que fuck!!, yo a los seis años leí la “Respuesta a Sor Filotea”, sí, a los seis años leía y escribía perfectamente, lo cual me abrió la puerta a muchísimos horizontes, más allá de los horizontes que podían si quiera imaginar mis coetáneas… no sé qué hubiera sido de mi vida si también hubiera leído a esa edad a Simone de Beauvoir… tal vez me hubieran quemado en la hoguera, o tal vez me hubiera sublevado a las ideas que me impusieron y que evitaron que desde un principio manifestara fuertemente mi oposición al esquema que se supone debía cumplir en mi rol femenino.


Entonces, con esa increíble capacidad de conocer otros mundos a través de la lectura, fue inevitable que conforme iba conociendo diferentes filosofías, me cuestionara progresivamente acerca de la veracidad y validez de las mismas. Y es que a parte de todo, conforme iba leyendo, desde el periódico hasta la enciclopedia salvat, mis esquemas de pensamiento iban cambiando, pero a pesar de que en realidad no era tan tonta, pero sí muy sentimental, empática y suceptible, razoné que por ningún motivo le iba a decir a mi mamá que me parecía mas sensato dedicarme a hacer de mi cola un papalote en lugar de amarrarme a cumplir con expectativas pendejas que no dependían de mí, sino de otros, y es que ¿cómo carajos hacerle para que otro me quisiera? no se puede mandar sobre la voluntad de una persona, a menos que sea un chantaje. Y es que, shingao, ya mencioné que "yo solo quería besar a Luis" (y si no te acuerdas, o no lo leíste, lee nuevamente el post anterior) … grave error no decirle a mi mamá que me parecía más sensato no casarme... o tal vez hubiera sido peor si se lo hubiera dicho y hoy en día en lugar de ventanear mis traumas en un blog, estaría rezando, desde mi celda de la congregación de la archicofradía del santo prepucio, a algún santo… me pregunto, ¿cuál sería mi nombre de monja?. Sé lo que estás pensando, pero Sor Rita o Sor Raymunda dudo que sean una opción real.

No sé que hubiera pasado en éste punto, de externar mis dudas, seguramente habría sido censurada de la peor manera. Pero, por otro lado, no haber luchado por mis ideales desde un principio y haber sido adoctrinada en una ideología patética, me costaron decisiones dolorosas y haber perdido muchos años de mi vida… como si se tratara de un episodio oscuro en mi existencia.


Aquí fue tal vez el quiebre de mi vida: confié ciegamente en que los adultos que me rodeaban, me guiaran de la mejor manera, y en lugar de reafirmarme la capacidad de dudar, cuestionar, investigar, comprobar… me llenaron la cabeza con fantasías. Hasta la fecha me sigo responsabilizando por haber permitido eso, y en un acto de contrarrestar este hecho, hoy en día soy escéptica, desconfiada y muy suspicaz… si, darlin', mi aparente indiferencia no es más que un mecanismo de defensa... 

Mis reminiscencias de “pensamiento mágico” me llevan a darle vueltas a las situaciones, aún a pesar de que razonando los pros y los contras, llego regularmente a una conclusión lógica en todas las situaciones por las que atravieso. Continúo esporádicamente con reminiscencias de mi condicionamiento infantil, pero aún y con esto, tengo la capacidad de superar poco a poco esas ataduras mientras no deje de practicar el pensamiento lógico y escéptico… plasticidad neuronal, de eso se trata,y precisamente por esa capacidad, es por la que podemos, mediante la práctica mantenemos libres de pensamientos recurrentes, como por ejemplo, los acostumbrados pensamientos fatalistas de: - ay, debo encontrar a mi príncipe azul antes de que se me vaya el tren.

El objetivo no es esperar a que llegue a rescatarme un príncipe azul, mucho menos casarme, ya no necesito ser rescatada, ni amarrada...¿?.. jajajaja, el punto es estar con alguien que esté igual de loco que yo, y que además me permita ser libre, sin condiciones ni ataduras... lo de las ataduras es metafórico, pero lo no metafórico representa un alto nivel de complicidad, confianza, sincronía y equilibrio emocional, lo cual jamás se consigue con un cretino.

ésta me gusta más... mucho más
No sé que vaya a pasar en el futuro, estoy aprendiendo cada día más, disfrutando y sacando provecho de la realidad. De lo que sí estoy segura es de que solo quiero aventarme como gorda en tobogán, seguir mi vida con otro enfoque... y viviendo en las expectativas ; )

Challenge Acepted!!!

Solo sé que hoy estoy feliz.

La rola de hoy: