jueves, 20 de julio de 2017

Tengo que comer...

Mi relación con la comida fue muy tormentosa durante un buen tiempo, y todo comenzó en mi niñez… cuando se forjaron mis traumas, donde echaron sus raíces las malas costumbres y las buenas, los hábitos dañinos y los benéficos. Y lo digo porque en mi caso, la relación que viví con la comida fue turbulenta y revoltosa: la comida no solo son sabores, también son texturas, y las texturas en la situación adecuada disparan sensaciones indescriptibles, como el helado frío de vainilla derritiéndose sobre mi lengua con un trozo caliente de brownie de chocolate, o el crujiente chicharrón de cerdo envuelto en una tortilla de maíz recién hecha y bañada con salsa roja de tomate y chile guajillo. Hay otras texturas que simplemente no soporto: imaginarme comiendo los pellejitos de jitomate en el caldo, me produce una repulsión enorme, como cuando te metes a una alberca y sobre la superficie hay insectos muertos e hinchados.

La presentación del plato también tiene mucho que ver con que se antoje comer: no es lo mismo una cucharada de arroz toda desparpajada en el plato, a que te sirvan el arroz con molde y se conserve la figura redondita… apetecible, aunque el arroz esté incomible. Con esto compruebo que de la vista nace el amor… 


Y precisamente porque de la vista nace el amor, sabía que en ese momento mi querido chush Luis Alberto Andrade Vega no podía haberse enamorado de mi, aunque yo fuera un bombón desbordando ternura y en mi interior tuviera mucha dulzura… literalmente porque me dediqué a rellenarme con dulces acuario, chocolates la vaquita, palanquetas, bombones de colores, palomitas acarameladas, popotes rellenos de azúcar glass, mazapanes, seltz soda, paletas de elote, sugus, brinquitos, paletas de reloj (de esas que lamías y luego estampabas en tu muñeca), chicles motita, chipiletas y salvavidas, pero no de esos que de verdad te evitan el ahogamiento… bueno hubiera sido, porque me atragantaba a escondidas: huía de mi mamá para que no me regañara por mi afán compulsivo para comer.

No siempre tuve problemas para controlar mi ingesta calórica, mi problema inicial era para comer: recuerdo a mi mamá preparándome bolillos con crema, queso fresco y jitomate. Llegó un momento en el que le dije – mamá, la verdad es que nunca me como las tortas, y no te sientas mal, pero a veces mis compañeros a los que nunca les echan nada para el recreo, tampoco se las quieren comer, preferiría mil veces que me dieras el pan untado con crema, una rebanada de queso y el jitomate, prefiero comerlos por separado– . Recuerdo su amorosa respuesta: –te lo tragas.

Y es que mi mamá, en su afán de protectora, me vitaminó con un medicamento homeopático para que me diera hambre, porque antes de mi rechoncha figura solo comía en cantidades adecuadas, mi cuerpo era esbelto y rara vez sentía antojos irresistibles. Sin embargo, bajo el axioma maquiavélico de “los niños gordos son sanos”, me obligó a consumir un horrendo menjurje que yo juraba había salido del cazo de una siniestra bruja, porque sabía asqueroso, y me provocaba unas ganas insaciables de atragantarme con cualquier cosa que se pudiera considerar comible... alimenticiamente hablando.


Cuando estaba bajo tratamiento, experimenté un hambre insaciable, tanto, que hasta me comía la mantequilla a mordidas, la cebolla cruda en capas, y a los huevos les hacía un agujerito para chupar el interior… no pienses mal, estoy hablando en serio… y creo sinceramente que es preferible estar chupando un huevo, a estar cociendo un huevo...



A la fecha me quedan reminiscencias de esos eventos, pero no soy una Dianne Margaret Clayton cualquiera, la gente a mi alrededor no corre peligro si acaso tengo hambre. Hoy en día puedo perfectamente controlar lo que como, mientras esté acompañada, porque estando sola puedo comer sin mesura y sin control.

  

Sé que la presentación de los alimentos es parte importante de su disfrute, pero de acuerdo a los esquemas arcaicos de las mujeres de mi familia, siendo sagrada la comida, independientemente de la presentación, debíamos comerla con gusto, por lo menos se empeñaban en cocinarla y asegurarse que estuviera a buena temperatura al momento de servir. En esto último teníamos que ser muy cuidadosos, porque cuándo daban la orden de que teníamos que sentarnos a la mesa, debía ser de inmediato… dejar la comida en la mesa para que se enfriara en lo que terminábamos de jugar para sentarnos a comer, ameritaba el uso de la chancla… y no precisamente para caminar. 

En la austeridad familiar de aquellos años, la comida se consideraba como un bien muy preciado para compartir… y como moneda de cambio de chantajes y amenazas: cierra la boca y come, si no comes no hay postre, si comes todas tus verduras, crecerás grande y fuerte; tienes que comer para poder salir a jugar; si no comes, te vas a morir debilucho; nosotros aquí teniendo comida, y muchos niños que se mueren de hambre… todas estas frases dejaron de utilizarse conmigo cuando padecí esa hambre atroz producida por el medicamento para estimular mi apetito, y la frase más repetitiva que mi mamá usó para conmigo fue: - ya contrólate pareces cucaracha, que hasta los cables de la luz se tragan.


Recuerdo que, como todos los niños, tenía gustos por comidas particulares, y rechazo por otras: generalmente la comida que me encantaba era poco nutritiva, y aquí me atrevo a asegurar que todos pasamos por esa etapa.

Teniendo una hija preadolescente es inevitable recordarme a esa edad y complacerle su gusto por papitas, galletas, príncipe y chokis, tacos de bisteck con verdura y salsa, quesadillas doradas, helado de chocolate y de limón, sándwiches calientes sin vegetales (aunque no le pone pero alguno a los subways), lasaña, la pizza pero sin piña (y en este punto pienso desheredarla), caldo de res y pollo, sardina con papas sabritas, quesadillas con doritos, Brócoli (sí, le encanta el brócoli), arandanos secos, platano (guak, odio el plátano), manzana, calabaza, jitomate en salsa, jicama y pepino, sopa de pellejito de jitomate (iukkkk askoooo), carne de res, picadillo, atun, pescado… no le gusta el aguacate, ni el queso azul ni las frituras demasiado condimentadas, y a diferencia de muchos preadolescentes, ella no puede comer comida chatarra todo el tiempo… ha llegado a hacer a un lado las sabritas y ricolinos para comer brócoli y jícama con limón… ahora que analizo las cosas, soy tan mala madre que nunca le he prohibido comer golosinas y frituras, ni tampoco la he obligado a punta de chanclazos a comerse las verduras: sé que no le gusta el aguacate, así que no me desgasto insistiendo que lo coma...

Mi hija tiene una relación sana con la comida: si se le antoja se la come, y si no, pues no, no la obligo a comer y ella voluntariamente come sano, más sano que muchos de su edad. Mi relación con la comida, es un poco extraña, y a la fecha hay a quien le sorprende que tengo gustos aparentemente contradictorios: me encanta el jitomate, lo amo, podría comerme un jitomate como si fuese una manzana, si le agrego un poco de sal, para mí es un manjar… pero nunca intentes ofrecerme un pan que lo incluya, me parece sencillamente intragable: la mezcla de la harina con el jitomate no me agrada… a menos que en el pan bañes el jitomate con aceite de oliva y le espolvorees un poco de óregano… así cambia la cosa. Igual que el jitomate, hay cosas en las que muestro una repentina aversión y posteriormente me descubro amándolas: es como cuando voy a una fiesta, ponen reaguetton, y es inevitable hacer mi cara de “huele a desagüe abierto” pero cuando le agrego alcohol en la dosis adecuada temino perreando. 



En efecto, hay ocasiones en las que prefiero comer los ingredientes por separado, hay platillos que no pueden mezclarse y cual si fuera una obsesiva compulsiva, procuro servirme en platos diferentes para que los sabores no se perviertan. En el caso de mi adorado hermano, aclaro, no el Caifán sino el de sangre, tenía una incomprendida afición por las conchas con mermelada de fresa y frijoles, o el caldo de res con plátano y dulce de leche… y yo, procuro no mezclar el espagueti con el gravy de la carne ni la ensalada… pero con mucho gusto puedo comer uvas blancas con queso manchego, higos con jamón serrano, aceitunas verdes con ciruela pasa y almendras, queso de cabra con ate de membrillo, salmón crudo con salsa de soya… y hablando de alimentos crudos, debo confesar mi gusto culposo por la carne… sencillamente es imposible ser vegetariana, la carne cruda es para mí un manjar.



Mmmm, esto de la carne cruda es fabuloso… continuará el próximo jueves.

La rola de hoy… 

3 comentarios:

  1. Comer es un placer pero al igual que a ti Dulcinea me crearon una cantidad de aversiones por ella que al final no sé si amarla o temerle.

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    1. es cierto, y ambas tenemos nuestros traumas... pero con todo y eso, creo que no nos complicamos mucho cuando estábamos juntas ¿te acuerdas que un día hiciste dulce de membrillo? y te encantaban los hot cakes con muchísima mantequilla y miel de maple!!

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  2. Comer es un placer pero al igual que a ti Dulcinea me crearon una cantidad de aversiones por ella que al final no sé si amarla o temerle.

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